
Estudio sobre las ausencias
Texto en diálogo entre la bióloga Gabriela Klier y Carolina Arias
Los sostiene. Aunque no pueda deshacer la pérdida, sólo reconstruir los restos, viendo escaparse la tristeza entre las costuras.
El territorio ofrece mil veces la misma escena: un camino y a lo lejos una mancha, un ovillo aún caliente: una bandurria, un zorro, una cachaña, una perdiz, una liebre sin vida.
Levanta los cuerpos del suelo, y el gesto, como un bálsamo, intenta dar singularidad a esos modos genéricos de la fauna. Es que los afectos no aparecen en categorías como “especies”, solo se dan en encuentros íntimos.
Entre ceremonias bordadas Carolina toma la tarea de preservar esos seres, sacarlos del anonimato y de las miradas esquivas, crear una ilusión que los retiene. Los lleva a su casa y el tiempo se suspende en espera de otro, donde deviene un paisaje nuevo.
Donna Haraway dice que un museo de ciencias naturales es un espacio ilusionista donde los muertos simulan vida. El museo es eso, un simulacro: ningún animal existió así, con esa forma, bajo esa pose. Intenta conservar el recuerdo del mundo salvaje que desaparece mientras paseamos por la sala. Es la ficción que enseña esa taxidermia, que hace olvidar la pregunta por las muertes y hace ficciones bajo una estructura de alambres.
Pero un animal muerto en una sala de arte es otra cosa, trae preguntas, nos obliga a detenernos, quizás despierta incomodidad, pero conmueve, se vuelve performativo, da forma a nuestros vínculos con las ausencias
Una noche Carolina encuentra un zorro sin cola, quizás se la cortaron después de ser atropellado, y por unos segundos piensa en dejarlo, pero después entiende que ese era justamente el zorro que más la esperaba, el que aún después de muerto se banaliza en mera cosa. Piensa entonces una taxidermia que compone con ellos, que los convoca para volver activa esa ausencia.
Arma un escenario de belleza singular, frente a las muertes anónimas, múltiples, desafectadas de ese encuentro-catástrofe. En su casa reposan sobre los muebles y dentro de cajones envueltos en papeles de seda, esperando renacer en pequeños detalles. Se nutren de la lentitud de cada puntada.
La filósofa Vinciane Despret dice que los animales y los muertos, nos ayudan a pensar y el pensamiento hegemónico trata de silenciar esas voces, los animales se vuelven objetos de estudio y los muertos sólo recuerdos. Propone escuchar a quienes se han ido, y responderles, armar otros tejidos entre ellos y nuestras vidas.
Darles un “plus de existencia” que los conduce a “continuar diferentemente” con la idea de que los ayudamos a ser o devenir lo que son, no los inventamos. Despret dice que instaurar estas muertes, no equivale a sacarlas de la nada, es participar de una transformación.
La obra de Caro Arias instaura, entreteje con los animales otros modos de ser. Lejos de un trabajo de duelo, que está ligado a un cierre y a la exigencia del desapego de los vínculos, intenta una nueva forma de presencia. Desde los bordados remienda los despojos de los animales y también los propios. Desde esta acción se conecta con sus propias muertes, con los gestos de madres y abuelas. Hace un lugar, sabe que recordar no es un mero acto de la memoria.
Experimenta en el trayecto la metamorfosis de quienes se han ido y aprende a reencontrarlos.














